No soy crítico literario. Tampoco biógrafo de algún
autor por admirable que de él sea. Sin embargo, por tener una dilecta
complacencia hacia el escritor costeño Óscar Collazos Camacho (Bahía Solano
1942), considero hacerle un acto de justicia y reconocimiento por lo que ha
sido, es y representa para el mundo de las letras, la literatura universal,
latinoamericana y, en especial, la colombiana, tras sus ya cuatro décadas
pasadas de vida intelectual y académica.
Para los chocoanos Collazos no debiera tener carta de
presentación. Desde su juventud trazó el rumbo de su ideario, al punto que no
hizo otra cosa distinta a la de devorarse los libros que se encontraban en la
biblioteca pública de Buenaventura, tal como el mismo lo ha reconocido en sus
diversas entrevistas. En su adolescencia (a los 16 años) empezó a forjar el
hábito más aborrecido por los colombianos y en especial por la gran mayoría de
los chocoanos: el de la lectura compulsiva.
Eso le permitió descollar como un gran escritor que, a
la sazón de los treinta años de edad se consolidaba como uno de los mejores en
los círculos intelectuales y académicos de Bogotá, donde paralelamente
adelantaba estudios de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia de la
que luego se despidió al abandonarla por el sistema represivo que imperaba
desde la institucionalidad y el establecimiento colombiano, en los 70’s.
Al revisar algunas de las entrevistas concedidas por
Collazos y sin encontrar con certeza aquella en la que dijo que lo más
importante para él fue haberse convertido en escritor siendo pobre, no deja de
pensarse que la centralidad del Estado colombiano no solo concentra y permea
las esferas políticas, sino que además, contiene anillos y círculos
inaccesibles a los que parecieran pertenecer las clases elitistas y aristocráticas
de la Capital. Y logró romper ese paradigma a punta de tesón.
Algunos críticos literarios se han resistido a
considerar a Collazos como un miembro activo y determinante de lo que se
denominó el “boom de la literatura latinoamericana”, y al que ya hacían parte
grandes de las letras como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio
Cortázar, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Alejo Carpentier,
si no fuera por su controversial y polémico ensayo a través del cual aludía
críticamente a Cortázar, en 1969.
Con “La encrucijada del lenguaje” de Collazos, arranca
el despunte de la posición severa y crítica que debe mantener el escritor
independiente y objetivo, y cuyo compromiso político le permite asumir posturas
en cada una de las etapas y épocas históricas de los régimen que coartan
libertades, restringen derechos fundamentales, censuran, y expulsan tras la
represión a quienes le resultan contestatarios y reivindicadores de los
carentes de voces.
Como muchas figuras de reconocimiento mundial que
padecen alguna enfermedad (catastrófica o no), Collazos no ocultó la suya,
consistente en el diagnóstico de una escleorosis lateral amiotrófica. Y aunque
no es de aquellas sobre las que la morbosidad colectiva encuentra una compasión
fingida, su admirable coraje de hacerla pública hace 15 días en El Tiempo, será
la mejor premonición para que no sea trágica. Lo mejor: nos enseña a no
avergonzarnos de los tabú que construimos y con los que hipócritamente nos
acostumbramos a vivir. ¡¡¡ Fortaleza, maestro!!!!
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