La
fama de desprestigio que tiene el departamento del Chocó y su clase de
dirigentes difícilmente se cambia si sus gentes no se toman en serio derrotar
la corrupción. ¿Quiénes están llamados a hacerlo? ¿Cómo hacerlo? Y, ¿por qué
hacerlo? Son preguntas que se responden con facilidad en la medida que haya una
decisión radical del pueblo, para cuya transición se disponga toda una
generación que desea hacer borrón y cuenta nueva.
Deshonra
que igualmente se ha calado en todos los estamentos gubernamentales de la
región que, para depurarse deben propender por generar confianza con acciones
que ejecuten con medidas represivas en el marco de la gravedad de sus
atribuciones y competencias. La Asamblea Departamental y los diversos concejos
municipales son ineficientes al ejercer control político; los pocos organismo
de control y de justicia, soslayan ante la descomposición y degradación social.
Solo
cuando un caso concreto de corrupción toca fondo -porque desde el interior del
país lo denuncian-, se actúa. Es el caso, vulgarmente escandaloso, que se dio a
conocer por los medios de comunicación, cuando divulgaron la noticia de los
maestros y abogados que capturaron por haber falsificado, presuntamente,
documentos que les permitiría acceder a una pensión gracia, con métodos y
prácticas espurias, que contradicen el decoro de esas profesiones.
El
comportamiento de ese gremio es muestra de la ambición exacerbada por adquirir
una pírrica suma de dinero que, en todo caso, corresponde a la mitad del sueldo
cuando se liquida, según una ley que se expidió hace 102 años y que han querido
extender los legisladores a través de un proyecto de ley que denominaron
“interpretación por autoridad por vía legislativa”, si no fuera por que la
Corte Constitucional le encontrara sus reparos.; o, por la derogatoria de la
ley 91 de 1989.
Cómo
no reconocer la humildad de aquellos educadores que vivieron y llevaron sus
vidas con discreta y modesta prudencia, sin fatigarse por profesionalizarse o
titularse. Sin pretender un estatus distinto a aquel educador o maestro que la
sociedad le dispensaba la admiración y respeto por el reverencialismo que sus
enseñanzas daban. Tuvieron una época, inclusive, de extremo moralismo, en la
que no les permitían amancebamiento, porque los excluían del magisterio.
Pero
todo cambia. Y hoy ocurre todo lo contrario. ¿Qué pasó, por ejemplo, con los
maestros de “cuartapé”, como despectivamente le decían sus mismos colegas al
desdeñarlos por cuanto se escalafonaban para apocarlos? En ocasiones se sacan
del olvido por el anecdotario que sus alumnos tienen, o como un reconocimiento
póstumo que se les hace al evocar la dedicación de su verdadera vocación con la
dimensión de su integridad, honradez y decoro como fine supremo.
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