“Recuerdo un caso de la primera vez que decidí
alejarme e irme al patio de la oficina para no seguir escuchando. Llegó
una señora, joven, como de 19 o 20 años. Tenía una hermana menor, de 12
años, creo. Les habían matado a sus papás. Ellas andaban solas de un
lado a otro cuando las dos enfermaron de paludismo. Intentaron con
medicina tradicional de la comunidad del pueblo, pero no daba. La más
niña murió. Me puse muy triste, me quedé pensando y ahí supe que siendo
médico era la manera de ayudar a mi población para que esas cosas no se
repitan”.
Luis Mario es moreno, delgado, habla con una
contundencia poco común para su edad –16 años–. Tiene puesto un suéter
tipo polo blanco y un jean azul claro, perfectamente planchado. Va
cayendo la tarde del martes. Está sentado justo en la mitad del mueble
más grande de la sala de su casa. Luce sereno y afuera parece que va a
llover.
Solo una vez, dice, había pensado antes en lo
que haría cuando fuese grande, y también era ser médico. Cursaba primero
de primaria y cuando su maestra de aquel entonces, la profesora Lola,
quedó embarazada y tuvo complicaciones que no podían atenderle bien en
Quibdó, Luis solía decirle que él sería médico para atenderla.
Articulo
original de El Tiempo, léalo completo aquí
"Lo que se le dé a los niños, darán a la sociedad" . Karl A. Menninger
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